La maleta de Matías
Era el primer día de clases y Matías se aferraba a lo único conocido que tenía, su maleta. Casi como si fuera una manta, la maleta abrazaba su espalda y le daba la confianza necesaria para enfrentar este nuevo mundo que representaba el colegio. Mientras estuvo en el salón no se despegó de ella, permanecía pegada a su espalda, incluso cuando estaba sentado en la silla. A cualquier asomo de novedad que traía angustia, sus manos se aferraban a las tiras de su maleta. En este movimiento el contacto de su espalda con este objeto era como una mano realizando una caricia que le daba la seguridad necesaria para sentirse a salvo. Parecían uno sólo, él y su maleta. Una maleta -que, por cierto- venía con él de su casa, traía allí aromas familiares, guardaba las cosas que ya conocía y era especialmente el recuerdo vivo de las palabras y mimos de su madre. El reto más grande llegó en el momento del recreo. Le generó angustia salir a un espacio abierto que parecía no tener límite, un amplio campo de...