La maleta de Matías



Era el primer día de clases y Matías se aferraba a lo único conocido que tenía, su maleta. Casi como si fuera una manta, la maleta abrazaba su espalda y le daba la confianza necesaria para enfrentar este nuevo mundo que representaba el colegio.

Mientras estuvo en el salón no se despegó de ella, permanecía pegada a su espalda, incluso cuando estaba sentado en la silla. A cualquier asomo de novedad que traía angustia, sus manos se aferraban a las tiras de su maleta. En este movimiento el contacto de su espalda con este objeto era como una mano realizando una caricia que le daba la seguridad necesaria para sentirse a salvo.

Parecían uno sólo, él y su maleta. Una maleta -que, por cierto- venía con él de su casa, traía allí aromas familiares, guardaba las cosas que ya conocía y era especialmente el recuerdo vivo de las palabras y mimos de su madre.

El reto más grande llegó en el momento del recreo. Le generó angustia salir a un espacio abierto que parecía no tener límite, un amplio campo desbocado lleno de personas desconocidas. Caras nuevas, niños y niñas corriendo sin precaución, unos llorando, otros riendo, algunos organizando juegos y unos pocos escondidos en rincones y Matías, de pie, respirando la angustia de un lugar abierto, desconocido y caótico.

Allí, su quietud que desentonaba con el caos fue sacudida con un brusco movimiento. Un niño que corría mirando hacia atrás se estrelló con él y en el impacto del golpe los dos cayeron al piso. Lloró un poco, pero su llanto se perdía, se escondía entre el ruido que desata el recreo. Miró alrededor para buscar auxilio en una maestra, y todas parecían estar distantes de él. En ese momento, sus ojos llenos de angustia descolgaban lágrimas sobre las mejillas y Matías sintiéndose inseguro se aferró a las tiras de su maleta, las haló con fuerza hacía adelante. Ese contacto que sólo él podía sentir llegaba a todo su cuerpo y tenía un efecto reparador, una compañía y caricia que le permitía sentirse en calma, como si la  maleta apretada a su cuerpo fuera un abrazo de su propia madre.

El caos continuaba no sólo por el descanso, sino porque todo el lugar y las personas eran desconocidas para él. Pero ahora, había descubierto una manera de sentirse a salvo, cargar su maleta durante toda la jornada era un acto de cuidado sobre sí mismo.

El día que logró separarse fue para dejarla en la silla y entender que de este despersonalizado y masivo espacio, su lugar, su pedacito de mundo era donde estaba su maleta. Así, la silla, el puesto, la mesa, iban tomando su nombre, se iban acomodando a él.















Comentarios

  1. Curiosamente descubrí que requiero de un objeto cerca o cuando camino para sentirme en cierta forma en confianza con el entorno. Romper vínculos, ingresar en espacios nuevos, abrirse a un nuevo comienzo. No es algo fácil de llevar. Se aprende como lo hizo Matías, saliendo al universo.
    Hermoso texto Jensy. ☕

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