El niño que me odia
Inicia el año escolar y aunque las disposiciones curriculares y los escenarios quieren ser siempre los mismos, los estudiantes no lo son. Es en este momento en el que los conocimientos, las prácticas y los acuerdos comunes (de lo social y cultural) que sostiene la escuela se ven interrogados por lo nuevo, por aquello que aún no está inmerso en lo común o por lo que se sale de lo común, se ven interrogados o problematizados -si se quiere- por la singularidad de los niños y niñas que inician su proceso de escolarización.
Así, antes que desplegar un abanico de contenidos se hace necesario hacerle lugar al cuerpo dentro de la escuela y disponerlo para el saber, para que quiera saber. Esto que es conocido como el proceso de adaptación suele ponerse de un solo lado, es el estudiante quien se adapta a la escuela, pero he visto que también algo de la escuela (y de lo social) va haciendo registro en el cuerpo. Las normas, los límites y las regulaciones que nos permiten convivir en sociedad van incorporándose en los niños y niñas.
Estaba en este proceso de relacionar a los nuevos estudiantes con las rutinas, los límites, los tiempos y los escenarios de la escuela. Y prefiero hacerlo a través de la instauración de rituales que permitan ordenar el tiempo y regular el cuerpo, haciendo que la jornada escolar tan llena de momentos (ir al baño, estar en clase, consumir alimentos, tomar descansos, jugar), vaya encontrando una cierta cadencia.
Es justo en esta primera semana cuando Alexander me dice que me odia. Acabamos de llegar del baño y todos los niños y niñas se sentaron en sus puestos como esperando que algo sucediera. Observé que muchos reconocen los colores y les agrada enunciarlos, así que preparé una clase alrededor de esto. Conversamos acerca del arcoiris y Alexander se esforzaba por hacer notar su voz no solo alrededor de ese tema sino de muchos otros y cada vez que otro niño quería hablar sobre el tema él se levantaba del puesto y se ubicaba en frente de mí, como queriendo que yo solo estuviera para él. Luego cantamos una ronda sobre el arcoíris y los colores, él también lo hizo y se esforzaba por cantar en un tono de voz más alto que los demás, de alguna manera haciendo que su voz no se perdiera entre las otras. Luego relacionamos los colores con los objetos del salón y él quería participar todo el tiempo, le irritaba tener que esperar el turno, incluso intentaba bajar la mano de los niños o taparles la boca para que no hablaran. Después dispuse una guía con la imagen de un arcoíris que ellos iban a rellenar de color. Todos los niños y niñas estaban emocionados, mientras repartía los materiales los escuchaba hablar acerca de los colores que le pondrían a su arcoiris, incluso Alexander estaba seleccionando sus colores favoritos para pintar con ellos. Sin embargo, cuando empezaron a colorear, mientras todos los demás estaban inmersos en su trabajo Alexander se levantó de la silla y empezó a colorear de pie, lo hacía sin mirar el dibujo, luego tiró la hoja al piso y dijo que quería ir al parque. Le expliqué que no era el momento para ello, que estábamos en clase y entonces retorno a su puesto enojado, se sentó y con una expresión de malestar en su rostro empezó a colorear desordenadamente. Alexander me llamaba seguidamente para decirme que quería ir al parque y se enojaba al advertir -él mismo- que aún le faltaba terminar de colorear. Repentinamente se levantó del puesto, se acercó a mí, me lanzó la hoja y dijo: quiero ir al parque. En ese momento, le mostré la hoja y le señalé los lugares en que aún le hacía falta colorear. Me miró enojado, gritó diciendo que odiaba el colegio y que odiaba todo y esto se acompañaba de movimientos bruscos y de cierta manera desesperados. Le dió patadas al piso, empuño las manos, gritó y luego, furioso tomó nuevamente la hoja y se sentó a colorear, mientras lo hacía me decía: ¡profesora te odio!
Alexander es un estudiante de 4 años, es inteligente, curioso y creativo. Antes de este año no había logrado tener un proceso de escolarización, no tiene hermanos, afuera del colegio no entra en relación con otros niños y, de acuerdo con su familia nunca le habían organizado una fiesta de cumpleaños por que no tiene amigos. Así, entre las sorpresas, novedades e incertidumbres que llegan con el inicio del año escolar se hacía visible y sonora la tensión entre la singularidad de Alexander y la educación.
Alexander deseaba estar todo el tiempo en el parque, preguntaba constantemente cuándo iría al parque y una vez que estaba allí le costaba retornar al salón. Quería que yo le prestara atención únicamente a él, me llamaba seguido, me buscaba o se quedaba jugando a mi lado, no entraba en relación con los otros niños. Cuando me veía atendiendo a otros niños me llamaba desesperadamente o se interponía como queriendo que mi mirada estuviera puesta solo en él. Se acercaba para contarme historias de su casa o juegos que había hecho y si algún otro niño se acercaba a mi lo empujaba o lo golpeaba. No se mostraba interesado por aprender los nombres de los demás, les decía niña o niño. No le gustaba compartir juguetes ni materiales, podía hacer un escándalo si los otros niños tenían un juguete que él quería o, muchas veces los empujaba y los golpeaba para quitarles los objetos. Pasaba de un juego a otro y de un juguete a otro de forma muy rápida. Jugaba solo, no parecía interesarle jugar con otros niños. Le desesperaba estar sentado y hacer tareas, por lo que solía pintar de pie o arrojar los colores al piso para luego recogerlos, garabateaba tres rayas y se levantaba para preguntarme si ya había terminado o constantemente coloreaba mientras decía -casi gritando- que quería ir al parque, cuando esto sucedía, en repetidas ocasiones algunas niñas solían decir en coro: “estamos haciendo tareas todavía no es la hora del parque” pero Alexander no parecía estar interesado en escuchar a los demás, excepto a mí -su profesora-, me escuchaba, aunque hacía todo lo posible por parecer que no era así.
Me escuchaba, porque pese a que gritaba, se enojaba o me decía que me odiaba respetaba el límite o la norma, por más enojado que parecía estar seguía mi voz. De cierta manera yo representaba la autoridad para él, alguien que con la voz, la mirada y la presencia lograba contenerlo. Aquello que le incomodaba no era exactamente yo, pero si, lo que yo representaba. Y esto no es nada fácil, porque las reglas y los límites no son algo que pueda verse, es algo que ya está instalado y que viene siempre de la voz de un otro.
Empecé a observar que su malestar se ubicaba en el orden (o desorden) del cuerpo. Su cuerpo no estaba familiarizado con ciertas rutinas y acciones que acontecen en la escuela y entraba en conflicto cada vez que debía hacerlas. Así que se me ocurrió numerar y dibujar en el tablero la rutina de la jornada escolar para que él fuera borrando lo que ya se había hecho. Al principio se mostraba interesado en que se cumplieran apresuradamente las rutinas para llegar al momento del parque, pero poco a poco, fue introduciendo todo lo demás. El tablero le ayudaba a predecir qué seguía, qué pasaría, a tener un cierto control del tiempo y a hacer visible algo que no podía ver y entender. De cierta manera el ejercicio del tablero lograba ordenarlo, en tanto él enunciaba repetidamente las acciones de la rutina era como si su propia voz cargada de lo enunciado fuera encontrando lugar en su cuerpo. Incluso, él mismo empezó a instaurar el orden, solía decir: ahora tenemos que ir al baño, ahora hay que hacer tareas, ahora tenemos que comer.
Esto me lleva a pensar que alcanzar la independencia y la autonomía solo se logra estando sometido al arbitrio de un otro, y Alexander que parecía querer ser sólo él, es decir, no afectarse, perder o ceder algo de sí mismo por entrar en relación con los otros, de cierta manera encontraba en el tablero una forma de no estar sometido a la voluntad o el arbitrio de otra persona.
Ahora ocurre con menos frecuencia que se desespere haciendo tareas, sin embargo, cuando esto pasa suele decir que me odia, y mientras lo dice no para de hacer aquello en lo que está trabajando. Entiendo esto como su manera de consentir con la escuela y arreglárselas ante la necesidad de tener que ir cediendo algo de él. De hecho, ha ido cediendo su deseo de estar todo el tiempo en el parque y así como cede algo de él y accede a los tiempos, rutinas y normas de la escuela, yo accedo a que me diga cosas, es como tender un puente para que él vaya incorporando algo de lo social mientras me presto para que me odie.
❤️
ResponderBorrarEmpezar el año es dificill
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