Lo posible del juego

Era el momento del recreo, había niños y niñas corriendo, saltando, gritando y la gran mayoría apiñados sobre el único rodadero del colegio pequeño -por cierto- y, como una manera de ofrecerle otros escenarios y opciones de juego se dispusieron objetos y juguetes en el piso. 

Todos abalanzados sobre los objetos querían cada quien tenerlos todos, acaparar la mayor cantidad. Mientras tanto, en un pequeño rincón estaba Diego quien había agarrado un control de video juego, un objeto de la vida cotidiana que estaba próximo a convertirse en juguete. Diego jugaba solo mientras veía la pared. Esa pared era un gran espacio en blanco libre para crear, y allí sucedía el videojuego que animado por la imaginación de Diego era toda una aventura. 

Como si estuviera en una carrera de carros las manos de Diego se aferraban al control mientras su cuerpo se balanceaba de un lado a otro como sorteando curvas con su imaginación. Durante un largo tiempo esa pared en blanco y ese objeto fueron los recursos necesarios para que sucedieran todo tipo de juegos, incluidos los de aventura, exploración, combate y fútbol. 

Allí frente a la pared, el cuerpo de Diego seguía en movimiento, saltaba, se agachaba, daba patadas y movía  la cabeza como esquivando objetos o golpes. En ese momento, Cristian  se acerca para jugar con Diego. Sin decir nada, Cristian observa el objeto y sale corriendo en dirección a la caja de juguetes, escarba apresurado y una que otra vez toma algún objeto con sus manos como probando si puede ser útil para el juego que quiere, hasta que encuentra un objeto que parece un teléfono celular. Sonríe y sale apresurado para sentarse al lado de Diego. No le dice nada, no le pregunta si puede entrar en su juego, solo se sienta a su lado. Diego no dice nada, no se altera por su presencia, despega por un instante la mirada de la pared y la sitúa sobre el juguete que trae Cristian. Y así, sin decir nada ahora los dos parecían estar en la misma carrera de carros. De vez en cuando Diego le advertía movimientos a Cristian como: agachate, salta o ponle el turbo. Cuando el juego se hizo compartido, cuando lo puesto en la pared acogía la imaginación de los dos el juego se fue volviendo cada vez más narrado. Si bien se movían cada uno a su manera, sus cuerpos parecían obedecer a la narración, un poco como si las palabras que emergían para recrear la fantasía fueran a la vez ordenando el cuerpo, de una manera tan sutil pero necesaria que lograba sostener este juego compartido. 

Cuando llegó el momento de finalizar el recreo y se empezaron a recoger todos los juguetes, Cristian dió por finalizado el juego y rápidamente depositó el juguete en la caja. Mientras que Diego, quien también había dado por terminado el juego seguía sentado allí observando aquel objeto, lo pasaba de una mano a otra, se lo llevaba a la frente, lo dejaba sobre el piso y rápidamente lo recogía. No parecía querer continuar en el juego, parecía más bien, no querer despegarse del objeto. Finalizó el tiempo del recreo y el bolsillo de Diego lucía abultado, algo sobresalía de él. Diego sabía que debía guardar también este juguete pero se resistía a abandonar aquel dispositivo que le había provocado tantos juegos y aventuras. Sin pronunciar palabras miró el juguete como despidiéndose y lo depositó lentamente en la caja esperando que su maestra le dijera que podía quedarse con él, pero como eso no pasó, apenas preguntó: ¿me lo prestas otro día?





Comentarios

  1. El universo de la imaginación con todas las posibilidades que pueden crear los niños en un instante, me llama la atención cuando Daniel se acerca a Diego para unirse a ese universo posible, y junto a él compartir la complicidad del juego.
    Muchas gracias por contar en palabras la cotidianidad de los niños.

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