El pasaje de las palabras
En uno de los escurridizos bordes que se le escapan a la algarabía y el trasiego cotidiano del recreo estaba sumergida entre el ruido cuando una pequeña mano -silenciosa- me toma por sorpresa. Al poner la mirada sobre su rostro Ángel jala mi mano queriendo mover mi cuerpo al mismo tiempo que mira y señala un lugar, como confiado en que voy a leer su intención.
Ángel es un estudiante de cinco años con diagnóstico de autismo. Cuando ingresó al colegio ocasionalmente decía de forma brusca “no” en situaciones en las que no quería algo y, la única palabra que enunciaba era “hermanito”. La decía de forma reiterativa, para casi todo, inclusive en situaciones en las que la palabra no parecía tener sentido, como cuando estaba comiendo, pintando, moldeando plastilina, jugando a lanzar objetos o mientras caminaba dando vueltas por el salón. En una ocasión me acerqué para preguntarle por sus colores y sin mirarme sólo enunció hermanito.
Empecé a notar que al igual que el mismo Ángel había algo de singular en aquella palabra, bien que fuera la única que conocía o la única que le gustaba. Así que por ser única [en lo que fuera] la usaba cada vez que parecía querer hablar. Esta palabra daba la impresión de querer decirlo todo, tanto así, que la leí como una compañía para Ángel y como una suerte de pasadizo que de un extremo desplegaba algo de él y muy al otro lado, algo del mundo de los otros.
Si bien sólo verbalizaba esta palabra su cuerpo no paraba de hablar. Pese a que se mostraba silencioso descubrí que hacía gestos e interjecciones como decir guuuau, ooooh, ¡ay! Hummm, y cuando estaba muy incómodo o algo lo sobrepasaba salía corriendo sin dirección hasta que algo lo detenía [una pared, una mesa, una persona], se arrojaba bruscamente al piso y gritaba mientras sacudía su cuerpo de un lado a otro, cuando ya iba entrando en calma, su movimiento era lento más parecido a un meceo y el grito tomaba forma de una ligera a sostenida, un sonido que se iba tornando cada vez más suave hasta hacerse quieto y silencioso. Así, su cuerpo hablaba pese a que él no le pusiera una intención para comunicarse, pero aquello que dejaba ver resultaba para mí completamente interpretable.
Luego empezó a pescar azarosamente palabras para repetirlas. Cada vez que alguien le hablaba, su mirada estaba distante mientras su voz ahí cercana decía algunas de las palabras que escuchaba, de hecho casi siempre repetía la última parte. Como cuando le decía: ¡muy bien Ángel, lo lograste! empezaba a desplazarse por el lugar diciendo ¡lo lograste! ¡Lo lograste! Si bien al repetir las palabras estas no parecían tener un significado para él, si empecé a descubrir que gritar se le convirtió en su forma más efectiva de convocar a las maestras, emitía el grito y se quedaba en el piso mirando de reojo como esperando que alguien llegara. Parecía estar más animado en pescar presencias que palabras. Por lo que empezó a ser más evidente -para mí- el uso de su cuerpo para comunicarse, me tomaba de la mano y me llevaba hasta la puerta para que la abriera, señalaba lo que quería, saltaba en frente de algún objeto para que se lo entregaran, cuando algo le divertía se reía a carcajadas o se mostraba muy concentrado intentando realizar las actividades, a veces se reía mientras paseaba su vista de reojo, me lanzaba miradas, me hacía cosquillas en el estómago, estiraba los dedos de mis manos para que yo los moviera como si fuera una araña. Parecía que había muchas cosas que quería decir, pero aun no le salían completamente en forma de palabras. Indicaba con su cuerpo todo lo que quería y a quien quería pues evitaba o se escabullía de algunas personas.
En ese obraje de comunicar algo, las palabras empezaron a combinarse con su cuerpo, como si -de cierta manera- encontrarán lugar en él. Cada vez enunciaba más palabras pero ahora las acompañaba con un movimiento, como al decir araña mientras movía los dedos de sus manos, o al decir no movía su cabeza y su dedo índice de un lado a otro. Cada vez fue incluyendo más palabras que al combinarlas con movimientos dejaban leer cierta intención de su parte, como al tomarme de la mano y llevarme hasta la puerta y ante mi inacción para abrirla decía “parque” o, para ir a la clase me llevaba hasta la reja de la escalera y allí decía “subir”.
Luego noté que él empezó a hacer cierto tránsito, trayendo a la escuela palabras de su casa y llevando allá palabras del colegio. Las palabras que traía de su casa las repetía durante toda la jornada siempre acompañadas de un movimiento o un gesto, como al decir “carajo” llevándose la mano a la boca para cubrirla mientras se reía arqueando los ojos en un gesto como de travesura. O cuando decía ¡eso no! y hacía un gesto de seriedad frunciendo las cejas, apretando los labios y moviendo su cabeza de un lado a otro. También era muy frecuente escucharle decir “felicidades” mientras emitía un corto aplauso. Asimismo, su mamá me contaba que repetía en casa palabras que llevaba de la escuela como círculo, los colores, las profes, lo lograste, muy bien, los niños.
En este jugueteo con las palabras se sobrevinieron días en los que hablaba sin parar, pronunciando palabras -de forma casi ininteligible- sin un orden aparente como: araña, el baño, sí eso está bien, vamos a jugar, son las cuatro, espera un momento, aviones de papel, eres muy listo. Solía soltar este manojo de palabras mientras caminaba por el salón o jugaba a arrojar algún objeto, lo hacía siempre que no estaba en alguna actividad de clase. Algo de las clases lo convocaba y solía estar muy concentrado mientras realizaba las tareas del cuaderno o se esforzaba por seguir los circuitos de movimiento. A veces se le escapaba una que otra palabra cuando estaba concentrado en alguna actividad, pero no sucedía con mucha frecuencia.
Algo diferente sucedió en él cuando empezó a reconocer los colores. Para nombrarlos utilizaba algún objeto que tuviera ese color, empleaba plastilina, fichas o juguetes. Tomaba el objeto en su mano, enunciaba el color y luego lo arrojaba, seguía el movimiento con los ojos y disfrutaba un poco que el objeto desapareciera, en ese instante en que el objeto caía pero no era visible Ángel se reía a carcajadas incluso, se reía cubriéndose la cara con las manos, dejando escapar miraditas por los espacios entre los dedos, luego buscaba el objeto, lo tomaba en sus manos, daba una vuelta por el salón y volvía a repetir toda esta cadena de movimiento. Los colores parecían ser palabras que él no podía acompañar con su cuerpo y se vió en la necesidad de recurrir a los objetos.
Empezó a establecer una cierta relación con los objetos, los veía, los nombraba, hacía algo en relación con ellos y luego los alejaba bruscamente. Como el día en que encontró un carro entre los juguetes, lo tomo, dijo la palabra carro varias veces, se agacho en el piso para hacerlo rodar y luego lo arrojó bruscamente a la pared, hacía esto de forma repetitiva con algunos objetos que iba encontrando y que al parecer capturaban su atención, como una pelota, una pequeña olla de plástico, un muñeco y muchos otros objetos. No bastaba con nombrarlos, necesitaba entrar en relación con estos y -de cierta manera- alejarlos también.
Luego lo hizo con algunas imágenes, las enunciaba y les imprimía cierta brusquedad que parecía ser necesaria para él. Como una vez en la que el refrigerio incluía una leche y el empaque traía la imagen de una vaca, en cuanto la vió la señaló tocándola con su dedo y seguidamente empezó a decir ¡vaca! ¡vaca! muuu muuu, luego la golpeó con sus dedos en un movimiento hacía afuera -de expulsión-, como intentando alejarla, mientras se reía como si esto fuera un juego o como si lo divirtiera mucho, después daba una vuelta por el salón y regresaba para nuevamente nombrar la imagen, golpearla y reírse. Había algo de necesario en esa forma de tratar bruscamente aquello que enunciaba, como queriendo alejar o desaparecer lo que ahora salía de él en forma de palabras, como si aquello no pudiera estar al mismo tiempo en dos versiones distintas, o solo estaba allí sin ser nombrado o era nombrado y debía desaparecer.
Esta brusquedad que imprimía sobre los objetos fue generando cierto quebrantamiento que lo empujaba a su vez a tener que entrar en relación con ellos, una relación que parecía distinta pero que algo sostenía allí. Empezó a establecer entre los objetos cierto orden, disfrutaba mucho nombrarlos mientras los organizaba de forma alineada y buscando siempre ubicarlos de una manera que parece ser ordenada para él, a veces por tamaño, por colores o por formas. Así, le ha dado orden a los juguetes, las fichas, los cubos de madera, las colchonetas, los aros, los bolos o las plantas. Cada mañana los niños organizan lo que llamamos el jardín de la tortuga corazón, son unas plantas en pequeñas macetas que han traído algunos estudiantes. Desde que Ángel disfruta organizar los objetos del salón empezó también a organizar elementos que están por fuera como las plantas, separando las que tienen flores de las que no y agrupándolas por formas o colores parecidos. Como también disfruta desordenar aquello que organiza, para volverlo a hacer. Deshace algo para volverlo a organizar y en ese orden va nombrando algunos de los objetos que pone en relación. Disfruta ordenar tanto como disfruta quebrar ese orden.
En esta necesidad de ordenar hay algo del orden que al parecer también se fue instalando en él. Lentamente fue poniendo las palabras adecuadas en las situaciones necesarias, como al decir por favor para que le abran un paquete, decir parque cuando quiere salir, la profe cuando alguna profesora (que no soy yo) está cerca, hacer tareas cuando ve que la profesora saca los cuadernos, decir la clase cuando indico que vamos a subir o, como el día en que me dijo chao. Su mamá llegó por él y en el momento de irse fue por su maleta pasó por mi lado y sin mirarme solo dijo: chao, chao, salió y se fue. Entendí esto como un intento de poner en orden las palabras que había estado atrapando.
Una mañana mientras estaba realizando una tarea enunció su propio nombre. Estaba concentrado coloreando y repentinamente enuncia su propio nombre quebrando el silencio del salón. Los niños y niñas lo notaron y decían murmurando entre ellos que estaba aprendiendo a decir su nombre, mientras Ángel seguía trabajando en su tarea con una expresión de sorpresa dibujada en su rostro. Esta enunciación quebró no solo el silencio, como todo quiebre trajo también algo nuevo. Empezó a dibujar caritas felices mientras -ocasionalmente- decía su nombre. También dibujaba osos y los nombraba. Como si ese llamado de sí mismo, esa enunciación inicial de su nombre lo convocará a explorar otras formas.
Fue enunciando cada vez más palabras ubicadas en la situación correspondiente, como jugar, parque, baño, tareas, la clase, la comida, me parecía que las indicaba como prediciendo un poco la rutina, como si estuviera ahora ordenando el mundo, y las predecibles rutinas del colegio le daban cierta seguridad en su regularidad, un orden que -por supuesto- también intentó desordenar.
Poco a poco empezó a introducir más palabras en cada enunciación, hasta que se arriesgó a decir frases, frases que ponían en su voz algo de aquello que quería o que necesitaba. Sabiendo que se arriesgaba a hablar, trataba de darle el silencio que se necesitaba para que pusiera su voz o retrasar una acción hasta que él hablara para solicitarla, y aunque muchas veces esto funcionaba, ante la espera o el silencio él ponía palabras, muchas otras veces esto no funciono, por lo que me quedo claro que lo que le fascinaba o arriesgaba al hablar no era precisamente sostener una conversación, era comunicar algo sin necesidad de conectar.
Este pasaje de las palabras cada vez va introduciendo cosas nuevas, como frases más largas y especialmente, ha ido introduciendo a otros, a algunos los llama por su nombre, a otros solo les dice niño o niña y más de una vez a intentado jugar con ellos aunque a su singular manera. Es él quien pone el orden y el desorden de los juegos.
Estar atenta a sus órdenes, desordenes, novedades y quiebres ha sido una manera de hacerle un lugar en la escuela, un lugar en el que he tenido -también- que ir dialogando con la contingencia y la incertidumbre para que en la insistencia de Ángel de querer extender su voz dentro de la escuela no hayan muros.
Tengo un niño con autismo y reconocí algunas cosas parecidas que hace Thomas
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