El tiempo que se esparce
El piso estaba invadido de cuerpos, obras y materiales. Los niños y niñas estaban acostados, sentados, acuclillados o de pie haciendo construcciones que combinaban la exploración y la experimentación de la plastilina con otros elementos. El lugar disponía de palos de paleta, hojas, tapas y plastilinas esparcidas sobre el piso, por lo que caminar dentro de este espacio era toda una proeza. David requería otro color de plastilina por lo que se veía en la misión de atravesar el salón. Iba moviéndose de forma muy cuidadosa, caminado despacio como asegurando cada paso al tiempo que observaba desde su propia altura a los demás. Sin embargo, sin darse cuenta pisó accidentalmente uno de los dedos de Cielo quien estaba concentradísima en la elaboración de una alta torta de cumpleaños.
Un poco asustado David empezó a mover su cabeza de un lado a otro como buscando una mirada o como queriendo decir algo con los ojos. Cielo no lo volteaba a ver, seguía concentrada en su construcción. David parecía preocupado, su cuerpo empezaba a ponerse rígido y sus ojos estaban puestos en el rostro de la niña como esperando algo de ella. De pronto se agacha y le dice: Te pise, disculpa. Cielo de forma muy relajada le responde: Tranqui, estoy bien. Alcancé a escuchar la exhalación de alivio de David fundirse en su sonrisa.
David es un niño muy tierno, cariñoso y alegre, disfruta mucho asistir al colegio y cada mañana entra saludando con una gran sonrisa mientras abraza a algunas maestras. Sin embargo, al inicio del año escolar era un poco diferente, hacía todo lo posible por alejarse de los demás y realizar juegos de forma solitaria. Hablaba muy poco, no decía frases completas, solo palabras. Cuando le hacía preguntas relacionadas con sus gustos o sus sentimientos, sonreía pero no respondía. No solía hablar acerca de él mismo. Emitía gritos con frecuencia, como si algo de su propio grito lo alejara de los demás. Su cuerpo parecía responder agresivamente ante el contacto de los niños y de solo sentir muy cerca su presencia los empujaba, arañaba, arrojaba patadas, puños y gritaba, hacía todo esto como un repertorio de movimiento ante una respuesta, no veía quién era el niño que se acercaba, no se detenía con ver un rostro, solo reaccionaba de esta manera y luego se aislaba para jugar solo.
Era la primera vez que asistía a un jardín, por lo que pensé -al comienzo- que hacía parte de su proceso de adaptación a la escolarización. No estaba familiarizado con el entorno, con la presencia de otros niños y niñas y mucho menos con las rutinas y las actividades de la escuela. Varios niños atravesaban una situación similar y poco a poco habían logrado adaptarse e incluso algunos ya mencionaban que tenían amigos en el colegio. Pero David no, algo diferente sucedía en él. Y su resistencia a hablar de sí mismo se me presentaba como extraño y misterioso. Especialmente en este contexto de grado jardín (4 años) donde hablar de sí mismo, de sus cosas, de su vida es siempre un tema inagotable. Es muy frecuente que los niños digan estoy enojado, estoy cansado, quiero hacer esto, me gusta este color… David no. Él no lo hacía, y aunque yo lo intentaba a través de cuentos, de marionetas o juegos de roles, cuando él debía decir algo sobre sí mismo o sobre el personaje se reía, se reía tímidamente pero no hablaba.
En el colegio tenemos varias estrategias para acercar a las familias a la escuela, una de ellas es la entrevista para la lectura de la realidad. Tiene varios alcances dicha entrevista, uno de ellos es reconocer a cada niño desde el saber que su familia tiene de él. Me interesaba saber qué juegos hacía en la casa, si entraba en relación con otros niños, qué temas le interesaban y aquello que la familia quisiera narrar sobre la vida del niño. ¡Vaya! por más estremecedor que pueda ser, saber siempre permitirá pensar en lo que puede hacerse. En su corta vida había estado expuesto a una fuerte violencia por parte de uno de los integrantes de su familia y había presenciado además un intento de feminicidio hacía su madre. Para su familia también era un poco misterioso porque él no contaba nada, ni de lo que sentía, ni lo que había hecho en el colegio y en la casa gritaba y se enojaba con frecuencia.
Acordamos con la familia que no íbamos a ser intensos en obligarlo a hablar de sí mismo, pero si, dejar siempre abierta la posibilidad para cuando él decidiera hacerlo, esto es, preguntas acerca de cómo le fue, a qué jugaba, qué le gustó más. Al comienzo respondía en seleccionadas palabras sin poner necesariamente algo de él, como decir: bien, a los carros, la plastilina. Y lentamente fue diciendo cada vez más cosas hasta lograr expresar aquello que siente. Como decir: es que estoy muy bravo porque ese niño no me presta el carro.
En la entrevista me enteré que sabía mucho acerca de los peces, los ríos y todo lo relacionado con pescar. Este era -afortunadamente- un interés que se extendía a otros niños y niñas, algunos fascinados por el mar, otros por los animales marinos, otros porque habían estado en la playa en las vacaciones y otros al igual que David porque habían migrado hace poco a Bogotá pero habían crecido en territorios donde la pesca era una actividad con la que habían tenido mucha relación. Así, organice en torno a estos temas un proyecto de aula. Todos participaron, disfrutaron las actividades de experimentación y de exploración y construimos un mar en una de las paredes del salón. David se mostraba siempre muy interesado en hablar sobre la pesca, no narraba que él lo había hecho, solo decía cómo se debía pescar, cómo buscar la carnada, cómo sujetar la caña de pescar. Lo vi tan fascinado por este tema que realizamos un día de pesca (con imanes) y un día de playa (con arena). Jugando en la arena le escuché decir que jugar a taparse los pies con arena le gustaba mucho, porque era como esconderse los pies.
Observé que si bien prefería jugar solo, los niños no lo buscaban mucho para jugar y cuando lo hacían algunas veces había peleas entre ellos. Inclusive en las actividades relacionadas con el mar aunque las disfrutaba no entraba en relación con los otros, a menos que yo estuviera allí para mediar la presencia. Y si los niños se acercaban para jugar con él o muy cerca de él reaccionaba con su repertorio de movimientos y gritos y luego se alejaba.
Dispuse una silla (de los niños) muy cerca del escritorio de las profes. Y le conté a todo el salón que esa silla era para tranquilizar el cuerpo. Les explique que muchas veces hacemos cosas que pueden afectar a los demás y que en esos momentos es necesario sentarse en la silla, sólo quedarse sentado y esperar a que el cuerpo se ponga tranquilo y cuando ya se está tranquilo se puede ir a donde estaba. Me sentí tan poco original cuando algunos niños y niñas empezaron a mencionar que en su colegio anterior se llamaba la silla de pensar o la silla de reflexionar.
Los niños y las niñas entendieron el uso de la silla tanto así, que a veces iban y se sentaban allí por su cuenta o, entre ellos mismos, ocasionalmente los escuchaba decir: ¡me golpeaste! y el niño que había ocasionado el golpe se sentaba. Sospecho que la silla como dispositivo ganó validez entre los niños y niñas, porque la espera nunca fue demasiada. Al principio, les ponía el temporizador de mi celular en un minuto o dos. No todos requerían temporizador, algunos se sentaban y al momento ya se les veía tranquilos. Incluso muchos se tranquilizaban en el trayecto del desplazamiento hasta la silla. Pero para David el temporizador era un objeto que lo acompañaba en este proceso de autorregulación.
La primera vez giró la silla para sentarse de frente a la pared, en ese momento, le reacomode la silla y le expliqué que el reto era quedarse un minuto tranquilo. Le mostré el temporizador, lo programé para que escuchara cómo sonaba y luego ajusté el temporizador en un minuto. Él sostenía el celular en su mano esperando a cada instante que sonara. A veces ocurría que segundos antes de terminar el conteo David se levantaba, o desde la silla gritaba a algún niño, por lo que el reloj volvió a iniciar. Al tercer día ya no requería temporizador, me decía que él quería esperar otro ratito: ¡si! ¡decía que quería algo!. En ese momento sospeché que ese cuerpo tan alerta al maltrato actuaba demasiado antes de que él pudiera darse cuenta.
Había algo de tranquilizador que experimentaba David en aquella silla, bien que estuviera asociada a la narración que yo había hecho de ella y él niño creyera en mis palabras o bien, que experimentaba allí no sentirse sobrepasado por su propio cuerpo. Había un vestigio de paz que se alojaba en la respiración y en el relajamiento de su cuerpo.
Aunque toleraba un poco más la cercanía de los niños, muchas veces su cuerpo respondía desenfrenado. Sospeché que aún no se sentía con la seguridad necesaria para permitirse confiar en los otros. Entonces, se me ocurrió hacer de este espacio de la silla un lugar para observar a los demás. Cada día escogía un niño para ser observado por él y esta acción tenía un efecto de confianza sobre David, al final de la jornada jugaba únicamente con el niño que había observado. Yo le decía (por ejemplo) ayúdame a ver con qué juguetes le gusta jugar a Alejandro. Al principio enunciaba los juguetes que había tomado el niño observado, pero al finalizar la jornada estaba jugando con carros, con el niño observado y narrando repetidamente que a él también le gustaba jugar con carros. Lentamente fue agregando más narración en sus observaciones, por ejemplo decía: a Alejandro le gusta jugar con los carros así como a mi, a Santiago no le gusta prestar los juguetes así como a mi, a Cielo también le gusta mucho jugar con plastilina así como a mí o, Isabella siempre juega con las amigas debajo de las mesas así como me gusta a mi. Incluso me ayudó a descubrir un poco más a los niños y las niñas, como el día en que me dijo que Sara (una estudiante con diagnóstico de síndrome de down que no solía hablar) le decía palabras solamente a las niñas y a las profesoras, a los niños no les decía palabras. Ese hallazgo me sirvió para crear estrategias para ella, y en David se convirtió en un reto, el propósito de hacer que la niña le hablara a él.
Empezó a relacionarse de forma mucho más cercana y tranquila con los niños que observaba. Si bien, aún disfruta jugar solo, no siempre reacciona agresivamente ante la presencia de los otros (ahora rara vez lo hace en el recreo). Algunas veces se siente seguro y sigue los juegos de los otros niños o incluso propone los suyos. Pero otras veces reacciona tan deprisa que a veces se queda detenido pensando que no lo quería hacer. Como el día en que empujó a un compañero para que se bajara de una colchoneta en la que él quería jugar, el niño gritó y cuando me acerqué David estaba preocupado y se disponía a caminar hacia la silla. Le pregunté ¿qué había sucedido? y me dijo: es que yo quiero portarme bien, pero mi cuerpo no hace caso.
Esa estrategia de la silla que si bien puede ser pensada como un tiempo fuera, para David fue primero que todo un tiempo, y luego un tiempo dentro.
El día que accidentalmente pisó a Cielo, él la miró preocupado y expectante, como si la reacción de la niña determinara si él debía ir o no a sentarse en la silla. Se dió un momento de espera para saber o escuchar algo de ella. Cielo le dijo: tranqui, estoy bien. La niña lo dijo de una manera tan relajada, que David sonrió y volvió a pasar cerca de ella y tocándole la pierna con su dedo le dijo: ¡te pise! ¡disculpa! Cielo pareció entender que era un juego, y le dijo: ¡tranqui! estoy bien, no lo vuelvas a hacer. Y esta vez David se sentó mientras ella se puso de pie, ubicó uno de sus dedos sobre la pierna de David y le dijo: ¡lo siento! ¿Me disculpas? David le responde: si, te disculpo. Ahora me toca a mi.
Como si ahora antes de ceder al impulso de su cuerpo eligiera esperar a que una palabra salga de él, como si el tiempo fuera algo que se esparce suavemente en él y le hace posible el encuentro con los otros.
El tiempo que se esparce, que conmovedor relato, me lleva a pensar lo que los niños pueden guardar en su Interior, cuando se exponen ambientes violentos, y como esto repercute en su relación consigo mismo y con los demás.
ResponderBorrarMuy significativo propiciar espacios de observación por parte de David con cada uno de sus compañeros, esto generó un mayor acercamiento, reconocimiento e interacción.
Muchas gracias por compartir.
No pude alejarme de mi infancia mientras leía.
ResponderBorrarHermoso jensi, gracias por escribirlo.
Un relato conmovedor. cada niño tiene una historia
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