Bordear su frontera

 Una mañana Samuel (un estudiante de 5 años diagnosticado con autismo) llegó al colegio y fiel a su rutina, soltó la mano de su mamá, acomodó su frente para recibir el beso, sonrió, atravesó la puerta, permitió dócilmente que le lavaran las manos y caminó hacía su salón de clase. La tranquilidad que mostraba no daba lugar para sospechar que en ese mismo día él también podía ser de otras maneras. 

Como si fuera una brújula un grito sostenido me llevaba hacía el salón de Samuel, en el camino dos niños que venían corriendo se estrellaron conmigo, uno de ellos me tomó de la mano para llevarme rápidamente hacía el salón y en el trayecto me decía que Samuel estaba muy furioso. 

De pie en la entrada del salón alcancé a observar que una niña se acercaba a Samuel y le decía repetidamente: “Tienes que calmarte, tienes que calmarte”, mientras intentaba agarrar su mano, pero Samuel esquivando el contacto e incomodo por su cercanía se movía por todo el lugar gritando y en un gesto como de molestia apretaba los dientes y los hacía rechinar. La niña se me acerco preocupada para contarme que Samuel estaba caminando por el salón y de pronto se había puesto muy bravo, había empezado a gritar y aunque ella le decía que se calmara, él no le hacia caso. Les dije a los tres niños que podían sentarse mientras yo atendía a Samuel. 


Lentamente me desplace hacía él y a cada paso empecé a susurrar su nombre, por un momento dejó de gritar, quedó como pausado y ante la pausa de él, yo también me quede quieta y seguí llamándolo en un tono de voz cada vez más suave, tan suave que a veces parecía no llegarle mi voz, de pronto me miró y empezó a gritar más duro, mientras gritaba se movía por todo el salón, apretaba los dedos de las manos y tenia una expresión como de estar fastidiado por algo. Rápidamente ubiqué sobre el piso unos objetos de color rojo: un tarro, un color, un juguete y una ficha, los dejé y trate de quedarme a un lado, cuando vio los objetos caminó hacía ellos, se detuvo por un instante y luego, pasó por encima sorteando patadas al aire, una de ellas sacó el tarro volando y ante el movimiento del tarro empezó a saltar y a gritar más fuerte, ahora no caminaba se movía saltando, pero como en un gesto de desgano, casi como de frustración. Recogí todo y viendo que su molestia seguía, puse sobre una mesa un juego de ábaco que suele gustarle, me quedé al lado esperándolo, en cuanto vio el ábaco dejó de saltar, empezó a gritar cada vez menos, hasta que observé que, estando inmóvil, sin gritar, pero invadido por una expresión de desespero en su cara, su mirada se había quedado pegada en el juguete. Se acercó a la mesa y agarró el ábaco con sus dos manos y en un brusco movimiento lo arrojo al piso, ese sonido estruendoso de las fichas contra el piso fue el anuncio del caos. 


Sobre el piso, ahora invadido por las fichas, Samuel se dejó caer y en movimientos repetitivos empezó a golpearse la cabeza mientras gritaba con mucha desesperación. Se me habían agotado los recursos, nada había parecido funcionar y como no tenía nada más para ofrecerle solo podía atender su urgencia. Le sujete la cabeza para impedir que se golpeara y él la sacudía como queriendo zafarla de mis manos. Luego empezó a golpear sus brazos contra el piso, y me ubiqué a su lado para intentar que una de mis manos pudiera detener las de él. No paraba de gritar y podía ver que su rostro, su mirada se había llenado de aspereza. Empezó a mover bruscamente su cuerpo de un lado a otro como para querer desprenderse de mí. Cuando le sujetaba los brazos se golpeaba la cabeza y al detener su cabeza se golpeaba fuertemente los brazos. De pronto se empezaron a asomar lagrimas y sus gritos tan cerca de mis oídos me empezaban a aturdir. No sabía que más hacer, no podía sostenerle todo su cuerpo y tampoco podía calcular cuánto más iba a durar esta situación tan suya. 


Me puse de pie, solo podía pensar en la urgencia de evitar que se lastimara a sí mismo. Sin tener claridad sobre qué debía hacer me ubiqué frente a sus pies lo observé en su agresión, que ahora se esparcía sobre todo su cuerpo, se golpeaba la cabeza, la espalda, los pies, todo al tiempo. Repentinamente me agache y en un desesperado y rápido movimiento le quite los zapatos. Esa acción fue al parecer una sorpresa para los dos.


De pronto Samuel se quedó sentado en silencio con los pies extendidos, tenía una mirada suspendida que no se alojaba en un lugar concreto y su boca abierta dibujaba una diminuta “O” con los labios; todo él parecía estar atravesado por la sorpresa.


Yo quedé atónita, casi congelada. Mis ojos no dejaban de verlo, mientras mis manos aferradas a esos zapatos esperaban una reacción o un nuevo descubrimiento.


Desde allí, sumergidos como estábamos en la sorpresa, lentamente dejé los zapatos sobre el piso, y en ese movimiento, los ojos de Samuel siguieron mis manos, para luego recoger algunas fichas, regarlas suavemente sobre su cara, cerrar los ojos y en el contacto de las fichas con su piel, en un gesto casi como de placer, asomar una sonrisa. Luego empezó a aplaudir y a sonreír, una expresión que ya había visto antes en él y que yo interpretaba como una muestra de alegría. La urgencia había terminado. 

 

Para mi, más inesperado que la crisis fue la respuesta de Samuel frente a la acción de los zapatos. Cotidianamente suele ser tranquilo, sonriente y en varias ocasiones lanza pistas sobre aquellas cosas que disfruta, lo que de cierta manera lo convoca o inclusive, lo que parece concentrarlo.  Estas pistas las encuentro como una puerta que él abre casi intencionalmente para que yo pueda conocerlo, hasta he llegado a pensar que quiere que me acerque a él y he leído en sus pistas una forma de coquetear conmigo, sin embargo, cada vez que estoy más cerca de la idea de conocerlo es justo cuando siento que cierra su puerta en mi cara. 

 

Como me encuentro a un lado de la posibilidad de establecer una conexión directa con él, aprovecho cada que abre su puerta y en lugar de intentar entrar me la he pasado bordeando su frontera. Y es desde este lugar que recojo las pistas que lanza sobre si mismo, las cuales me han permitido generar actividades en las que Samuel quiere estar y participar de mi clase. 

 

En una clase mientras cantábamos con los demás niños (2) cantaron muy fuerte y de inmediato Samuel encogió los hombros y puso las manos sobre los oídos, empecé a bajar el tono de la voz y lentamente fuimos cantando cada vez mas suave, Samuel no cantaba, pero se quedó junto a nosotros mientras lo hacíamos. Cuando la canción terminó, en ese silencio él se puso de pie y mientras se dirigía hacía la puerta del salón, lo llamé susurrando su nombre, se detuvo, y en esa respuesta ante el susurro lo seguí haciendo, luego curiosamente se acercó y se recostó sobre mi, casi como queriéndose sentar en mis piernas. Fue mi gran primer hallazgo, no solo por descubrir que le agradaba que susurraran su nombre sino por que encontré que en ese gesto de cercanía no le incomodaba el contacto. 

Así, para una clase en la que hicimos un circuito con diferentes retos de movimiento, como atravesar obstáculos de colchonetas, hacer equilibrio, deslizarse por el rodadero, 

le estiré mi mano y en cuanto la tomó, lo acompañé durante el recorrido. En esa clase descubrí que disfruta el movimiento, que encuentra agrado en la sensación que le produce el contacto con las colchonetas y en especial, que en las ocasiones en que soltó mi mano -como al pasar por el rodadero-, al mostrarle y explicarle con mi ejemplo cómo hacerlo, Samuel repetía por sí mismo el movimiento. Descubrir que seguía las indicaciones por imitación fue una pista que leí como un acto de independencia de su parte. 

Siguiendo pistas descubrí que siente curiosidad por los objetos de color rojo y empieza a interactuar con ellos de diversas maneras, como agarrar el color o la ficha y golpearlos contra el tarro y en ese movimiento generar sonidos o, mover el juguete empujándolo con la ficha, cuando juega con estos objetos aplaude y sonríe, como si le divirtiera mucho, además, cada vez que interactúa con estos los pone en relación, algo que no le he visto a hacer con otros objetos. 

Con el juego de ábaco también generaba una relación muy curiosa, este juego tiene unas fichas de colores que pueden sacarse y moverse de un lugar a otro y cada vez que interactuaba con este juguete se sentaba en su puesto, movía las fichas y las observaba mostrándose muy concentrado en eso, incluso, lograba quedarse sentado y sumergido en este juego por un amplio momento. 

 

Agrupar estas pistas y ponerlas a disposición dentro de mis actividades, hacía que Samuel quisiera estar en mi clase, a veces haciendo los mismos retos y ejercicios que los otros niños, aunque en periodos de tiempo mucho más cortos y en otras ocasiones generando otros movimientos u otras interacciones que yo no había planeado. 

Inclusive, en las ocasiones en que se mostraba estresado o incomodo por algo y empezaba gritar o expresar su malestar, le acercaba los objetos rojos, le disponía las fichas, traía una colchoneta o susurraba su nombre, con cualquiera de estas acciones siempre lograba disuadir su molestia. 

 

Cada vez que estas acciones tenían efecto positivo o una suerte de respuesta por parte de él, las fui utilizando con más frecuencia y en ese ejercicio se fueron convirtiendo en una certeza para mi. Era comprobado que las fichas lograban concentrarlo, que si disponía colchonetas desearía estar sobre ellas, que si hablaba suave durante la clase y susurraba su nombre iba a permanecer allí. Pero la urgencia tiene una forma de ridiculizar estos catálogos de comportamiento que elaboré alrededor de lo que es Samuel. 

 

Las certezas solo pueden existir cuando no hay incertidumbre, es por esto que la urgencia suele disiparlas; es cuando Samuel entra en crisis o se lastima a si mismo, cuando todo este manojo de certezas parecen no funcionar. Los pequeños descubrimientos alrededor de Samuel y que yo consideraba certezas porque era justo lo que había observado de él, solo ponía en evidencia lo que no era visible, algo singularísimo, algo que también era él.

 

Sin embargo, la incertidumbre y la urgencia que produce el caos abre la posibilidad de introducir algo nuevo, de lanzar una pista, generar una acción y dejarla ahí, abierta a cualquier sorpresa. Muchas veces -como ya me ha pasado- esta nueva pista parece no desatar una respuesta, en cuyo caso solo lleva a tener que inventarse otra cosa, pero otras veces -como en el caso de los zapatos- si funciona, genera algo en él y se presenta como una solución, así sea temporal. 

 

De hecho, la ultima urgencia que presentó Samuel dentro del colegio fue en presencia de otra persona. Ante los gritos me acerqué, comenté que susurrar ayuda, le puse unos objetos rojos y cuando estas acciones parecían tener algún efecto me retiraba a la clase que había dejado en pausa. Cuando la persona que estaba con él me buscó para decirme que se había vuelto a molestar y que ahora se estaba lastimando fuimos rápidamente hacía el salón y estando allí le mencione: “una vez me funcionó quitarle los zapatos”. En ese momento Samuel se quito los zapatos y las medias -como si tratara de atenderse a sí mismo-, agarró un juguete rojo en su mano y se recostó tranquilamente, mientras asomaba una diminuta sonrisa. Lo que me sorprendió de esta reacción fue saber que, aunque no me ve a los ojos, si me escucha, como si mi voz fuera un lazo que logra atravesar esa puerta.  

 

Por supuesto lanzarle pistas no genera una ruta lineal, ni lleva a un lugar especifico, y mucho menos configuran una certeza de lo que es él, así como recoger sus pistas y agruparlas, aunque sean conjeturales, temporales o en ocasiones no funcionen, devienen en la urgencia como posibilidad de hacer algo, no necesariamente planeado, simplemente algo que emerge sorpresivamente como efecto de bordear su frontera.








Comentarios

  1. Hola Jesii, una bella historia felicidades.
    A veces todo el conocimiento queda nulo ante el silencio de una voz que no puede expresarnos en nuestro lenguaje lo que ocurre. Dejarnos llevar por ese río misterioso de la intuición, es darnos la posibilidad de llegar a un océano de descubrimientos.

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  2. El ser humano, curioso por naturaleza. Buscando siempre el conocimiento y el aprendizaje desde lo empírico (lejos de entenderse esto como una improvisación ); ensayando y probando, acertando y errando. Pero siempre evolucionando, esta vez, para beneficio de universos como el de Samuel y el de tantos otros pequeños que enfrentan en su cotidianidad la realidad de un mundo (a su parecer), hostil, desafiante, dañino, alejado de sus expectativas e indiferente a sus necesidades.
    Tu trabajo, profe Jensi, es muy inspirador: en el aula, en la escuela, ¡en la vida! Dónde falta aprender a bordear las fronteras con respeto, amor y paciencia, entendiendo que empatizar con el otro es una necesidad urgente y que la huella que dejamos en la vida de los niños es permanente. Saludos, gracias por compartir 🙂

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  3. Me lleva a reflexionar en el universo que somos cada uno de nosotros. En que cada niño, niña tiene su historia, su luz, su mundo interior. La empatía es ese tejido que nos conecta con el otro, que en medio del caos puede ser el mejor refugio.

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